1/31/2007

Floro, Palabreo y Florofilia

¿Qué es lo que te saca de un momento de sequía creativa? ¿Tal término o sensación existe?.

He tenido preguntas de ese tipo al menos en el último mes, desde que bueno, he dejado de tener ganas de volver al blog (he estado enfocado en otros asuntos "literarios", una traducción y un Artículo para Velero 25, un par de actualizaciones en la La casa de Jarjacha, una nueva historia -aun en fase beta- y un par de proyectos en el mundo "real" que aun están por fructificar (pensándolo bien, no era tan poca cosa) y si bien hay hartos temas para escribir y comentar (desde la estúpidez del gobierno respecto a los derechos humanos y la exclusión social, hasta el nuevo chisme de la tecnofarandula o su equivalente local) otra preocupación me atañe por el momento.

Y es que, en estos últimos meses la he encontrado más frecuentemente -o es que antes no lo notaba porque no lo tomaba en cuenta- con una especie de tendencia conductual inquietante (además del tan rimbombante nombre se le pueden poner varios otros: enfermedad social, ley no escrita, tendencia antropológica, mecanismo de defensa, etc. Sus origenes y tendencias son muchos.) que, quizás, siempre ha sido algo presente dentro de nuestro imaginario social: El Palabreo o mejor conocido como "Floreo".

Como es de conocimiento común, el floreo consta en dejar todo en palabras, cuanto más grandilocuentes y ensalzadas sean mejor, cuanto más excelsamente prometan o más induzcan a los sueños de alto vuelo, más bienvenidos son.

Y la tendencia sigue, hasta que aprendes a ganar tu derecho de piso (ya no te la hacen) o adquieres la experiencia suficiente para no creertela o te vuelves un desconfiado redomado, al final se asume la posición de quien defiende algo, lo que fuese que tenga, de una agresión potencial, y es que el floreo, al establecer una promesa implícita de lo que no se va cumplir, es una agresión a nuestras propias aspiraciones.

Pero, como un amigo me ha señalado en una conversación por correo: "Lo que caracteriza al buen peruano es su grandilocuencia y ese afan de contar o vivir sus ensoñaciones en voz alta pero no mover un dedo para [que] ellas se hagan realidad.", lo cual arroja otra luz sobre el tema.

Y es que, entonces, el consabido floreo no deviene más que en un mecanismo de defensa, una forma de excusarse perentoriamente antes de fallar, con lo cual, por lógica deducción determinamos cual es el temperamento promedio del buen peruano, que va más o menos en la línea de la oración del Dr. Barnard que dice: "Si piensas que te gustaría ganar, pero que no puedes, no lo lograras", osea, conformismo revestido de resignación cristiana (que coctel más temible). Entonces, al final, sólo hablamos de aquello que nos gustaría lograr, pero siempre, por delante del sueño está la realidad y sus tareas, deberes y obligaciones que imponen postergar el sueño y afrontar lo inmediato. Al final, te vences y sigues en el discurso de siempre, pero ¿qué has hecho y que has cambiado? pues, no mucho.

Entonces, la solución al dilema es mucho más sencilla de lo que parece, Cumplir la palabra propia, llegar a la hora, cumplir el plan, llegar al final, acabar lo que se empieza, ser coherente entre palabras y acciones y no andar yéndose por las ramas. Tal es, en mi modesta opinión en antidoto al floreo y a sus consecuencias, y además está la fundamental: NO DEJEIS QUE OS FLOREEN.

1/12/2007

Sobre visión y ceguera

Este es un pequeño ensayo que escribí como fin de curso para el curso de filosofía que dicto en el colegio y que no he colgado por falta de tiempo y ánimo, agregaré más cosas conforme emerjan, se agradecen comentarios

¿Qué define nuestra visión? O, en todo caso ¿cómo somos definidos por nuestra visión? Es una pregunta que no debe pasar desapercibida.

Es un hecho innegable que la visión se ha erigido en nuestra principal ventana de atención hacia el mundo, al punto en que la importancia de lo visual en la forma que comprendemos al mundo sobrepasa con mucho al aporte de todos los otros sentidos (o ventanas de percepción) o, en palabras de Khalil Gibran:

Un día dijo el Ojo:
Más allá de estos valles veo una montaña envuelta en azul velo de niebla. ¿No es hermosa?

El Oído oyó esto, y tras escuchar atentamente otro rato, dijo:Pero; ¿dónde está esa montaña? No la oigo... Luego, la Mano habló, y dijo: En vano trato de sentirla o tocarla; no encuentro ninguna montaña.

Y la Nariz dijo: -No hay ninguna montaña por aquí; no la huelo. Luego, el Ojo se volvió hacia el otro lado, y los demás sentidos empezaron a murmurar de la extraña alucinación del Ojo. Y decían entre sí: " ¡Algo debe de andar mal en el Ojo!"

Independientemente de la ignorancia de los otros sentidos, la “realidad” de lo visto se vuelve por lo general innegable o, por lo menos referencial para nuestro propio quehacer.

Y es que, es lo visual el primer reflejo de aquello que Heráclito llamo panta
rei
, es decir, el flujo constante del cambio, el devenir del tiempo, el inevitable destino de todas las cosas que cambian, crecen y pasan a otra forma
(admitiendo que la muerte al final es sólo un cambio de etapa, aunque con la lamentable pérdida de la identidad que solía ser aquel quien se ha ido) todo
aquello que pasa, mediante nuestros ojos, a ser otra cosa.

De este modo, resulta natural la tendencia a buscar cosas que no se alteren en el tiempo, puntos de referencia a partir de los cuales construir con seguridad una comprensión propia del mundo: desde Zenón de Elea y sus paradojas hasta la duda metódica de Descartes, ambas se pueden resumir en una sola pregunta: ¿de qué no podemos dudar?

La cita del siguiente poema de Borges es extraordinariamente clara en este sentido:

Sólo una cosa no hay.Es el olvido
Dios que salva el metal salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Si nos damos cuenta, el devenir de la filosofía en general (sobre todo en occidente, por las particulares características de su tradición cultural) se orienta a un tema central: la búsqueda de la certidumbre para responder a la constante, cotidiana y penetrante incertidumbre en la que el ser humano ha vivido desde que el mundo es mundo. O, ante la ausencia de una filosofía, cualquier cuerpo de creencia conveniente: la religión, la “ciencia”, etc.

Y es interesante notar como aquella intención ha teñido todos los aspectos de nuestra cultura: cada vez que vemos, digamos, una telenovela, lo que proyectamos sobre el final, es que, tras todos los sufrimientos el amor triunfa y los dos elegidos para estar juntos logran unirse al fin y ser felices para siempre. Osea tras un periodo de luchas e incertidumbres, finalmente se llega a la tan ansiada estabilidad, a tener un momento de verdad, algo que innegablemente nos diga: estoy aquí

Sin embargo tal búsqueda, pese a ser el Leit motiv de las vidas de la mayoría de la gente, oculta tras de si más de un miedo y más de una negación que aspira a ser una profecía autocumplida, veamos:

Para entender un poco mejor los poderes de la negación humana, tendremos que recurrir a un nuevo concepto, probablemente conocido ya, llamado paradigma, el cual aparece en los libros de Thomas Kuhn acerca de las revoluciones científicas y puede definirse como la particular perspectiva con la cual una persona determinada percibe su entorno.

Así, cuando una persona ha sido acostumbrada toda su vida para odiar a los gatos (por ejemplo) es lo más natural que, al encontrarse frente a un gato, tenga una reacción de incomodidad. Con esto quiero decir que la cultura en la que hemos sido criados desde la casa tiene gran parte en la forma en la que percibimos y valoramos y es que de eso se tratan los paradigmas, de cómo percibimos y valoramos, con lo cual es fácil darse cuenta de la forma en que nuestra ética se construye, esto es, basada en convenciones culturales o reglas no escritas y/o autoimpuestas.

Con lo anteriormente mencionado, uno puede definir en que terreno ejerce su libertad, si es que lo hace, y es que la libertad es tanto la capacidad de hacer como la de elegir libre y conscientemente, la mayoría de veces en nuestra vida cotidiana, pasamos de todo, actuamos y elegimos sin reflexionar claramente acerca de los motivos involucrados en nuestra elección, dejando la calificación de lo bueno o malo a otros, o peor aun, a lo sistemas que nos han venido imponiendo desde todos lados.

Por ejemplo, la moda, que define que es bueno usar y que no, y al final, extiende sus juicios de valor, convenientemente redecorados y modificados, a todo: los negocios, la tecnología, la política, las artes, etc. Ya que es más fácil inducir a pensar que las reglas están hechas y no deben cambiarse ¿por qué? Evidentemente, porque existen personas interesadas en que así sea por conveniencia (esencialmente económica) a lo que podríamos agregar que a estas personas no les interesa que pensemos.

Lo cual me lleva al punto final de este ensayo, si comenzamos hablando acerca de la importancia de la visión y de su persistente papel en la construcción que hacemos cotidianamente del universo a nuestro alrededor, y de cómo esta se ve modificada, alterada e inducida hacia ciertos juicios de valor elaborados por otros, entonces la consecuencia natural de ello es la ceguera, la incapacidad de percibir más allá del paradigma establecido, así como los ciegos no pueden ubicarse en el espacio, al aceptar porque sí convenciones, ideas, valores y creencias sin pensar siquiera en ellas (es decir, sin apelar al uso de la conciencia, palabra tan antigua como Sócrates que la llamaba daimón) quedamos irremisiblemente ciegos, y, si pueden darse cuenta, salgan a la calle a observar a la gente y se darán cuenta de su ceguera: expresada cotidianamente como el desconocimiento del otro, como la incapacidad de ver a la otra persona (salvo que ya se le conozca o se cumplan los ritos sociales de rigor) como alguien tan similar a uno en características y potencialidad que no debe ser obviado o tratado como objeto, por lo tanto, se hace necesario y urgente abrir los ojos hacia adentro y tratar de comprender como es que los valores que nos han creado nos afectan y hacer algo al respecto: salir de la prisión de los convencionalismos y abrirse hacia el amplio terreno de la comprensión, ya que quizá la única verdad filosófica real es que estamos aquí y nunca hemos estado realmente solos.