10/26/2005

Cuenta Adelante (I)

He reordenado este post para ponerlo junto con su continuación, tengo pendiente terminarlo hace mucho, pero al menos voy a intentar completarlo por entregas



Entre las cosas que aun le dejaban huella, Esteban recordaba el día que lo llevaron a conocer el amor.

Su padre, un ejecutivo de nivel 6 de la ciudad lo embarcó, apenas cumplidos los diecisiete, en camino hacia la edificación que los habitantes de su ciudad llamaban en voz baja “El Palacio.”

El viaje transcurrió como transcurre un sueño, lento y rápido a la vez y sin sentirlo realmente, aunque siendo perfectamente consciente de lo que ocurría.

Su padre, quien veinte años antes había discurrido por los mismos pasillos lo guió, silenciosa y discretamente, hasta la entrada del hall de los encuentros.

-Desde aquí vas solo.

Estaban avanzó, sin pensarlo, apenas dando una breve mirada atrás a su padre, que sonreía de una manera demasiado solemne, que no le conocía.

Embriagado como estaba, de las fragancias sutiles del palacio y de la extraña y seductora música que podía oir pero no seguir realmente, entró al hall, una habitación amplia, en cuya parte central se erigían columnas tipo Corinto a todo lo largo, enmarcando una gran alfombra roja con motivos dorados que simulaban dragones y otras formas caprichosas.

Y los espejos.

Los pudo ver apenas dar un paso hacia aquella alfombra, su propia imagen, decenas y cientos de veces repetida, como nunca antes se había visto, había cambiado su atuendo usual por una especie de bata muy larga de seda, debajo de la cual sólo llevaba lo estrictamente necesario, al tiempo que una joven que bien hubiera podido trabajar como recepcionista o asistente personal en la corporación de su padre tomaba sus datos en una terminal y le hacía preguntas al azar, que no tenían ninguna relación entre sí.

Vino desde el otro lado del hall.

Al principio la noto, más que por la vista, por el olfato, un cambio en la fragancia de la habitación, al tiempo que un sutil cambio de tono en la música le indicaban algo y luego supo donde mirar.

Era casi tan alta como él, y sus cabellos negros -recién lavados al parecer- caían desordenados por sus hombros, una frente no muy amplia, ojos color almendra lo suficientemente grandes, una boca pequeña y muy roja y una nariz que armonizaba con el conjunto, no pudo dejar de encontrarla atractiva y al mismo tiempo, terriblemente misteriosa, algo en ella lo turbaba.

No quiso pensar en lo que había debajo de su bata, que era mucho más corta que la suya y descubría unas bien proporcionadas piernas. Había algo en ella que hacía presagiar lozanía, y eso lo incomodaba, recordó en aquel entonces a todas sus “novias” anteriores de la ciudad, y sus especiales atributos, tan artificiales como el dinero pudiera comprar, y su olor (¿por qué era tan importante para él el olor ahora?) tan rancio, tan ausente de naturalidad.

En cambio, ella…

-Hola.- dijo, en un tono entre amable y expectante, Esteban, sin darse cuenta había avanzado hacia ella desde la distancia, tan atraído como las polillas al fuego.

-Es un poco raro ¿no? – respondió él, acercándose más e invitándola a caminar con él (¿por qué demonios le resultaba tan natural el hacerlo?) ella asintió, y anduvieron juntos desde entonces.

Entre la maraña de acontecimientos de ese singular día, recordó que había sido mediodía al llegar a la isla, y que ambos habían pasado toda la tarde andando juntos por distintos ambientes de la mansión, raras veces se cruzaban con alguien, y de ser así eran parejas de jóvenes como ellos, que los miraban y saludaban con una inclinación de cabeza.

Al atardecer, mientras le revelaba a ella el último de sus secretos (ya que en todo aquel trayecto de horas había sido tan abierto y honesto con ella acerca de él mismo como nunca se lo podría haber imaginado) en una lujosa alcoba del Palacio, que al parecer ya estaba destinada a ambos con anterioridad, se sintió lívido primero y luego denso, estallando desde dentro con una serie de emociones que no había explorado aun y que aquella desconocida, con su compañía, su cuerpo y sus atenciones, había sabido invocar.

Recordó, mientras se abandonaba a la culminación, que ella no había llevado nada debajo del traje, y esa certidumbre lo había turbado, al tiempo que ella, a horcajadas sobre él, alcanzaba el clímax.

“¿Qué era la vida?” pensó durante aquel breve instante en que el placer se asienta y el vértigo de las cosas desciende a su velocidad normal y, presintiendo una respuesta sólo atinó a decirse a sí mismo. “Es la oportunidad de probarlo todo.” Al tiempo que ella, Sudorosa y agotada, se dejaba caer sobre él, presa de su propio arrobamiento.

Se acercó y le dijo al oído muy suavemente antes de caer dormida entre sus brazos:

-Me llamo Celeste.



... Y así va por ahora

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