4/18/2006

Conexiones (II)

La Necesidad de la Tormenta

En el post anterior había hablado de lo errados que podemos estar al respecto de una determinada situación o persona, cuando sencillamente dejas de tener contacto y comienzas a divagar haciendo silogismos y demás raciocinios fantasiosos de todo tipo al respecto.

Seamos honestos: ¿quién no ha deshojado margaritas? ¿quién no, en el momento "perfecto" con la persona "correcta" tomando tu mano, ha pensado "esto no es lo que quiero"? la duda es un estado -en mi modesto modo de ver- más natural que la certidumbre, el problema -como me dijo el buen Charles Francois en un tutorial y como había leido en un libro de Edward de Bono que detesté-Es encontrar el problema.

Lo cual me lleva a los momentos actuales, el verano que acaba de terminar ha sido una época en la que probablemente he estado haciendo una sola cosa: trabajar, ya sea en el colegio o moviendome hacia algun tema intelectualmente estimulante, pero ya a la distancia, me pregunto ¿cuántas marcas he dejado haciendo esto? ¿a quienes he encontrado en la vía? y la peor: ¿ha valido la pena?

Por ahora, no creo tener respuestas a esas preguntas, en otra época me cerraría en una defensa a ultranza del pesimismo y sus variantes más marcianas (puaj!) pero no siento nada de eso por ahora.

Por ahora siento la necesidad de comenzar a abandonar este viejo yo, dejar de huir y pararme tranquilamente a terminar de atar los cabos que he dejado sueltos acerca de mi mismo por tantos ridículos años.

Parte de esos ridículos años están las largas e improductivas (aunque entretenidas) conversaciones acerca de "la vida, el universo y lo demás" en especial el amor (de lo cual sé, honestamente, muy poco.) Y aun recuerdo como, en una larga charla con mi viejo -y actualmente no habido- amigo Luis Revilla, me decía: "el problema contigo es la forma como ves al amor, lo ves como algo épico, dramático y no tiene porque ser así."

Los años me han hecho darle la razón, he llegado a la conclusión, en esta noche solitaria como todas las demás -o casi todas, no importa- que necesito encontrar una tormenta, algo y/o alguien que remeza todas mis estructuras y, como el salvaje viento del trópico, me lleve hacia nuevas singladuras.

No sé si esté errado, no sé si sea un problema de aprender a compartir o de aprender a confiar, lo cierto es que pocas veces como esta he ansiado tanto un cambio de cosas, a pesar de estar enfrascado en la socialmente necesaria rutina diaria (un foco potencialmente neurótico) ya que la fuente de toda locura es pedir un cambio mientras nada de lo que haces cambia, entonces, el reto es aprender a dar con la sabiduría de saber qué se da y a quién y con la generosidad y la serenidad necesarias para no perder la brújula. Es decir: No guiar al viento ni ser guiado por él, sino andar con él y saber maniobrar, como simboliza el Arcano mayor del Tarot el carro o como la naturaleza del Orixá Orula (en la imagen de arriba), quien gobierna el viento y puede adivinar el futuro, sabiendo a donde guiar.

Entonces, a navegar.

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