5/26/2006

Sobre la lectura y otros demonios (I)

Este es un post que espero sea el inicio de una serie, aunque conociendo mi temperamento bloggero, cualquier cosa puede esperarse



Ilustración:Reading young man de Ignat Bendarik

A consecuencia de avatares del destino y demás azares que está de más comentar, no he tenido la disposición para actualizar mi blog, y es que en realidad no soy de los que creen tener mucho para compartir, en realidad he estado atrancado con un montón de cosas entre la garganta y los dedos que iré soltando de a pocos, creo.

Bueno, el motivo de este post –como reza el título- no es para hablar de mis personales y marcianas –o no tanto- preocupaciones, sino para tratar de otro fenómeno de hecho más preocupante, que tiene que ver con la literatura, los escritores y sobre todo, con los niños, la educación y la sociedad.

Me refiero a la lectura.

La semana pasada (en lo personal, sábado y domingo), junto con la gente de Coyllur, estuvimos en la estación de Desamparados para el evento de promoción de la lectura organizado por Promolibro, una dependencia del Ministerio de Educación, para algo más de detalles sobre eso, el actual presidente de Coyllur “Chiqui” Vilca ha hecho un post en el blog La Nuez al respecto (la nota oficial de Promolibro aquí. Algunas cosas son de destacarse, sobre todo el local, que es de un diseño majestuoso y que ha sido decentemente acondicionado para el uso que le vamos a dar, mayormente talleres de lectura y charlas sobre diversos aspectos de la literatura, de hecho el domingo, Daniel Salvo hizo una concurrídisma charla para padres acerca de cómo estimular el hábito de la lectura en los niños, y aunque no pude quedarme a verla toda (JL hacía una charla sobre el mito del héroe del que Campbell trata en “El héroe de las mil caras”) pude rescatar algunas cosas relacionándolas a mi propia experiencia personal.

El placer, el hábito (que deja de serlo cuando se convierte en placer) de leer es algo que se logra por convencimiento y sólo por convencimiento, además, el papel –tan venido a menos, como atestiguo casi cada vez que voy al colegio- de la familia en la inmersión del niño a la cultura es fundamental. La escuela, por lo general, no va a crear hábitos donde no existen, a lo más impone los rituales por obligación, los cuales, desaparecida la presión que los crea, se van.

Al respecto, aun recuerdo cuando, para un examen de literatura en cuarto de secundaria, perdí Aves sin nido que había leído y tuve que zamparme el jugador de Dostoievski en tres horas, fue encantador. Y lo fue porque me gustó el estilo de Dostoievski, del que estaba leyendo –y aun no puedo terminar- Los hermanos Karamazov.

En mi caso, aprendí a leer por dos razones, la televisión y la casa.

¿Por qué la primera? En la época de mis chiquititudes (Belaunde presidente, Perú en un mundial y antes de la llegada de Alan Damián first stage y Fujirata undead) los comerciales descansaban la mayor parte de su impacto visual en las palabras, entonces, una palabra, o más bien su representación eran lo suficientemente pegajosas para prender en la mente (aun recuerdo el “¡TOYOTA!” cada vez que veía un letrero de esos) entonces ir de los sonidos idénticos a las frases al código para descifrar la palabra impresa no fue mucho rollo.

Pero ese rollo hubiese sido mucho más difícil si no hubiese tenido una familia que ya era aficionada a la lectura, en especial a la ficción y domingos enteros de leer repartiéndose secciones enteras de “El Comercio” (aun lo hacemos ahora con el Peru.21, creo) y además los libros, de los cuales mi tía, en época de vacas gordas hizo un librero de pared completa en la sala. Entonces, leer se hizo de lo más natural, considerando además mi situación (hijo único, madre soltera, rodeado de adultos la mayoría del tiempo) y después vinieron los primer libros, sobre civilizaciones antiguas, el futuro (creo que fue lo primero que leí que se aproximaba a la ciencia ficción, unos fascículos de ¿grijalbo? Acerca de robots, viaje estelar y Dios sabe que más) y la Enciclopedia de Preguntas y respuestas de Charlie Brown (¡Maestro!) y como a los 10, los libros más serios (no sé como hice para acabarme Romeo y Julieta y leerme la Mitad de Hamlet, pero lo hice, ua) algunos de los cuales comencé y nunca terminé –y aun no termino-, y bueno, ya era un romance en toda regla.

Luego, como en el 99, gracias a Micky Bolaños (quien por cierto, tiene un blog por allí, ¿o no, Micky?) me inicié en la ciencia ficción y bueno, aca estamos, terminado el prolegomeno.

Entonces, tenemos un reto, y un reto no pequeño. Veamos, la cultura de la lectura está relacionada con una cultura de respeto a la palabra, especialmente la escrita. Entonces, en una cultura caracterizada por la impunidad y la falta de coherencia, el valor social de la letra se devalúa y los libros se comienzan a volver herramientas para justificar lo injustificable o peor aun, se les desconoce del todo.

Si la escuela –pero sobre todo la Academia y la Universidad, cosa que veo a cada rato en mis cursos- degradada hasta más no poder, sólo se dedica a suministrar información “estrictamente necesaria”, a eludir todos los procesos de análisis y crítica serios y a siempre dar “las fijas” para pasar ¿qué podemos esperar sobre los niveles de lectura de la gente?

Leer significa, de primera mano, ponerse a buscar uno mismo en una autopista de referencias ya holladas, y ahora, con la red y los blogs, de textos de variado nivel listos para ser portados y usados sin intentar comprenderlos, es encarar los diversos niveles en los cuales una palabra puede entenderse o desentenderse, es intentar conectar a todos los yo interiores con ese yo que actúa, siente y se mortifica. Sin una literatura y una ficción que puedan ser apreciadas por el lector, entonces nada se hace.

Segunda cosa a pensar: una literatura es el resultado de una tradición cultural, como afirma sin decirlo Norman Spinrad en un artículo sobre literatura Beat y CF que saldrá en Velero 25, entonces cuando vamos al Perú tenemos no una, sino varias tradiciones culturales entremezcladas, pero que no logran ser subculturas coherentes y estructuradas, es más, me parece que existe una tendencia, sobre todo en ciertos “círculos literarios“ de mantener una especie de “historia oficial” y “postura oficial” sobre la literatura peruana. Y es en medio de este marasmo cultural que las cosas siguen más o menos iguales, sin cambios, mientras la nación se pudre en una ignorancia iliterada y ágrafa.

Y es que esta “historia oficial” y esta “cultura oficial” vive basándose en una serie de falacias.

PRIMERA FALACIA: La literatura es para la gente que pueda comprenderla.
En primer lugar, la literatura puede reivindicar todas las categorías estéticas y artísticas que de seguro le corresponden, pero es sobre todo, un trabajo y un trabajo enmarcado dentro de una cadena un rubro de negocios: el entretenimiento.

Entonces, el problema también pasa por el modelo de negocio de las editoriales “oficiales” (sobre todo las transnacionales) que –salvo honrosas excepciones, mantienen un sistema de ventas basado en rentabilizar mucho con poco inventario, es decir, vender pocos ejemplares a precios altos, sé que mi análisis peca de sobresimplificación, pero ese no es el punto principal.

Mi punto es, la literatura es para todo aquel que quiera disfrutarla, y si quiere, comprenderla, el arte es un ludens y como tal, su primera función es entretener, y para entretener se debe estar inmerso en la tradición o el ethos de una determinada nación a la cual entretener, entonces el reto está en escribir para esas personas, no para “el mercado oficial” ni para “la historia oficial” allí están los mercados y el reto.

SEGUNDA FALACIA: La literatura no es un bien de consumo cultural masivo, es para las personas con poder adquisitivo.
Eso es lo mismo que decir que la cultura es sólo para el que puede pagarla, lo cual es cierto para cierto tipo de cultura, la “cultura del santa Ursula” podría llamársele, enfocada hacia un nicho muy específico de personas, lo cual se debe a que los promotores de este tipo de espectáculos no se arriesgan a llevarlos a una audiencia mayor (recordemos que implica mayores gastos en promoción de producto más plus y los riesgos son altos) pero el tema es que las personas tienen muy en alto –por paradójico que parezca- el valor de la educación y la cultura y están dispuestos a invertir, aunque los promotores no los ven.

TERCERA FALACIA: Los peruanos son ágrafos cuyas expresiones culturales son la danza y la gastronomía, más no la literatura.
Esta ya es de antología, veamos: la gastronomía (y al respecto el discurso de Gastón Acurio es de lo más esclarecedor) vende porque es un producto de consumo masivo, las danzas venden porque se asocian a una escena vernacular que es de consumo masivo, entonces, la pregunta cae por su propio peso, y tal como señala Michael John Harrison para la ciencia ficción, podría parafrasearse del siguiente modo: ¿cómo hacen los escritores –y las editoriales- para entrar al mercado con un producto literario que compita y se haga rentable? ¿Qué tanto están haciendo los escritores para hacer a la literatura un acto de contrición de masas, un bien de consumo masivo? La textura del tapiz social del país ha cambiado dramáticamente en los últimos 20 años, entonces, hace falta que una nueva hornada de escritores comience a carburar historias acerca de sus entornos cotidianos y, tomando prestado de la infinidad de creaciones fantásticas que el Perú ha producido (entre las que podremos dolorosamente citar: Perú país con futuro, El Perú es super, Perú: país posible) crear las historias que la gente quiere leer, tal como habíamos estado discutiendo en la lista de Coyllur, EMHO, me parece que allí está el reto.

Una de las ideas que había surgido del colectivo era incentivar las visitas a escuelas por parte de miembros de coyllur para hacer talleres sobre el tema, por lo que veo en el Blog de Nacho, en paises como España (de más larga tradición literaria y más empuje fandomita) ya se hace, entonces, más razón para hacerlo aquí.

Bueno, a darle al empeño.

2 comentarios:

Santiago dijo...

hola:

el rollo, me parece, pasa por entender (como gastón acurio hizo con la cocina) cual es el quid del negocio de la literatura y ponerse a trabajar en ese negocio.

El resto es inversión, creatividad y silencio...

Daniel Salvo dijo...

Hola Isaac, qué sorpresa (mea culpa) leer todo el contenido de tu blog, me da para días de lectura.
Quizá el gran problema de promocionar la lectura consiste en el enfoque: cada quien quiere llevar agua para su molino. Dime si acaso los "cienciaficcioneros" noe quisiéramos que las nuevas generaciones lean más ciencia ficción que otra cosa.
Lo cual no es del todo negativo. En la medida que desmitifiquemos el libro y la lectura (en tu comentario señalas las falacias o mitos más comunes), habrá más interés en adquirirlo y conocerlo. Pero para ello, primero hay que mostrarlo, ofrecerlo, y no esperar a que lector adivine donde están.
El mejor y acaso único medio efectivo de volver a poner al libro en la vida de la sociedad es, obviamente, la televisión. Recuerda "Videodrome", la película de David Cronemberg, y sus reflexiones sobre la percepción y la conciencia. Nos guste o no, desde niños (ahora más que nunca) percibimos el mundo desde la televisión. Y si en la TV no está libro, no estará en la vida de nuestros hijos. O estará para algunos afortunados, pero no es la idea,¿verdad?