7/01/2006

Anotaciones de un Domingo por la tarde

Lo aquí vertido, a pesar el título de la nota no es necesariamente pertenececiente a este específico marco espacio temporal, a pesar de deberse a un hilillo de pensamiento que surgió un domingo hace dos semanas

Una fiesta -o un día de fiesta, que es lo mismo o casi- tiene la cualidad especial de situarte en una perspectiva asaz diferente de la realidad cotidiana.

Hace un par de semanas ya, con motivo del día del padre, acompañé a mi madre al cementerio El Angel, para visitar la tumba de su padre, mi abuelo, al cual nunca conocí, ya que pasó a mejor vida dieciocho años antes de que a mí se me ocurriera aparecerme por acá (bueno, no tantos si le hacemos caso a la ley del Karma, que dice que esta almita ha andado por estos lares terrestres más de una vez, en fin...)

la historia de mi abuelo, que por casualidad lleva el mismo nombre que yo, aunque nunca sabré diferenciar entre casualidad y providencia, es, de acuerdo a la forma como me la han presentado a lo largo de mi vida, un ejercicio de tragedia vallejiana, tal como en la siguiente estrofa de Los heraldos negros:
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

¿Por qué? veamos, mi abuelo trabajaba como mecánico de máquinas de escribir para la Olivetti, siendo lo suficientemente capaz para ascender hasta ser el jefe de la sección.

Ya por aquella época se había establecido, casándose y trayendo al mundo tres lindas hijas y encargando una cuarta, cuando, una infección aparentemente causada por una amigdalitis mal curada, derivó en una enfermedad que lo aniquiló al año siguiente, un día 28 de Febrero, lo irónico del destino -y aquí va lo vallejiano- es que la empresa lo iba a mandar a Venezuela a capacitarse y luego, probablemente a Italia, lo que hubiese significado la migración de toda la familia.

la subsiguiente historia de mi familia cercana es la consecuencia quizás de aquel sólo hecho, que derivó en mi origen. Al final, hacemos lo que podemos para sobrevivir, dando bordados en el vacío, acariciando el flujo del tiempo que va y va y va y tratamos en la medida de lo posible de ir con él. Pero, en la medida que un recodo es tomado, se hace inevitable, aunque sea por un segundo, mirar atrás al costado y preguntarse ¿qué hubiera sido si...?

Personalmente, considero que es una de las peores cosas que puede hacerse, ya que pensar en ello puede conducir a amarguras innecesarias y gratuitas y a una buena cantidad de tiempo perdido en quebraderos de cabeza (lo cual es una seria indicación de que lo he hecho más de una vez) de hecho, pensando en ello, se me vino a la mente esta tonadilla que estuvo de moda hace mucho tiempo:
I try not to think about what might have been
Cause that was then
And we have taken different roads
We can't go back again
There's no use givin in
And there's no way to know
What might have been


El camino al cementerio, recorrido tras una caminata forzosa ya que habían cerrado -sin razón aparente- la calle de acceso, pletórico de vendedores callejeros de todo género (vendedores de sandalias, ropa, DVDs piratas, etc.) además de l@s tradicionales vendedor@s de flores y comida criolla que bueno, estaban tratando de hacer su Agosto.

la gente pasaba alrededor, rodeados, casi acosados -en especial en las cercanías de la puerta- por los vendedores, en cuyos rostros la expresión combinaba una ansiedad rayana casi en la desesperación -tal vez pensando que su oportunidad de vender algo se les iba- con un tono entre suplicante y amenazador, con la misma carga emocional llamada a inclinarte a comprar por compasión antes que por el producto, lo que personalmente detesto.

Una vez adentro, no fue nada díficil hallar el cuartel donde estaba el abuelo, pasando por tumbas de personas relativamente célebres (como la de Luis Banchero) y otras no tanto y que aparecían llenas de polvo y olvidadas.

Llegados allí, limpiamos un poco, encontrando que había flores en la tumba puestas no hacía mucho, lo que nos sorprendió, ya que nadie de la familia había ido ultimamente. De allí, caminar un poco a la tumba de mis bisabuelos, que irónicamente, se fueron después que el anteriormente mencionado.

en el camino nos topamos con una celebración familiar, un cantantecon acordeón y guitarra tocando valses y polcas de antaño quizás en memoria de algún difunto a quien su familia había ido a visitar con música, lo cual, para el ambiente de relativa quietud era algo bastante resaltante. Y es que usualmente asociamos los cementerios con la idea casi monacal del respeto a los muertos y a aquel silencio (tan bien llamado sepulcral) total que cubre a aquel pletórico estallido que es el vivir. Encontrar los nichos fue fácil desde allí, aunque no lo fue tanto el colgar las flores en el único clavo existente cerca a los nichos, para lo cual tuve que tomar prestada la ayuda de otro difunto, al cual por cierto, pedí permiso.. :)

Me había olvidado de decirlo, pero dentro del cementerio, el ambiente de mercadillo estaba tan presente como en el exterior, y en lo que me pareció el colmo, heladeros con sus carritos pregonando a voz en cuello entre los cuarteles.

Todo esto me llevó casi de inmediato a una reflexión que encontré en el extraordinario libro Duna de Frank Herbert, que dice: La diferencia entre civilización y barbarie comienza con la forma en la que tratamos a nuestros muertos, lo cual se hace evidente, ya que a fin de cuentas, es a través de nuestras vinculaciones con la muerte que establecemos y afirmamos nuestros lazos con la vida, ¿qué se puede esperar entonces de una cultura que toma el respeto hacia los muertos como una forma de hacer mercado? Reflexión complicada.

(Al respecto de esto, Neil Gaiman señala que los ritos de muerte no son para los muertos, sino para los vivos, el recordarles la mortalidad, el permitir la aceptación consciente de los lazos inevitablemente rotos, los ineluctables efectos del paso del tiempo, todo ello lo hacemos confrontando la muerte como fenómeno)

Luego, fuimos, casi por tradición o por la vista, al frente, al Presbítero Maestro, donde está la Cripta de los Héroes la cual nunca he visto abrirse, junto con las tumbas de notables personajes: presidentes y dictadores, familias "importantes", intelectuales, militares, etc. de modo que siempre ha sido como toparse con un libro de historia, en el cual la perentoria marca que han dejado las diversas chapuzas que se han hecho de este país está hecha patente, rodeado por el monumental marco de los mausoleos, cuarteles y criptas decoradas con esculturas de gran factura, aunque lamentablemente maltratadas por el descuido y el polvo.

Una foto del Presbítero Maestro, en un mejor día


Luego partí a casa, donde, para variar, nadie estaba celebrando el día del padre, ya que no había nadie vivo a quien honrar. Pero esto me puso a pensar, revisando en mi experiencia a mis relaciones con las figuras de autoridad y a aquellas personas a las que asigné (por buena intención, admiración o error) un rol de ascendencia, en comparación con mi correlato personal y más aun cuando las investigaciones científicas afirman que el rol paterno es fundamental para el desarrollo profesional de los hijos ¿explicaría esto por qué no acabo aun la carrera o por qué -definitivamente- la elegí mal? y si sumamos a esto esta nota de Forbes, en la que se afirma que la felicidad viene con la edad, lo cual desde mi actual punto de vista como que no cuadra, pero en fin, esperemos 40 años y unas cuantas buenas decisiones antes de decir algo más al respecto... lo cual me recuerda la enorme cantidad de cosas que tengo por aprender. Las ideas aun están sueltas y no decantan, así que seguiré sobre el tema en otros posts.

Suficiente perorata por ahora

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